martes, 18 de noviembre de 2014

LA PRESIÓN Y LOS ÁRBITROS DEL FUTSALÓN

El árbitro, durante el partido, recibe presiones desde tres frentes: el público, los jugadores y los técnicos. Todos pueden influir en sus decisiones, pero el colegiado debe saber mantenerse al margen de las mismas.
Los entrenadores, delegados y demás cuerpo técnico se convierten en los abanderados de la presión. El motivo por el que lo hacen es muy loable, ya que la mayoría pretenden ser ellos los que canalizan las protestas con el fin de que los jugadores se dediquen a jugar y se sientan protegidos por su banquillo.
Pero su actitud se toma contra ellos por varios motivos. El primero es que su comportamiento lo contagian a los jugadores que se encuentran en el banquillo y, luego, a los de la cancha. Como consecuencia tenemos un equipo fuera del partido, desconcentrado.
El segundo es que las protestas a los árbitros o las discusiones con los contrarios pueden suponer tarjetas que cargan sin sentido el casillero de las faltas acumulativas del equipo, cuando el culpable de la conducta suele ser un componente aislado. Como última consecuencia, el comportamiento descontrolado de los técnicos puede ocasionar un exceso de celo por parte de los árbitros hacia el banquillo, provocando, a su vez, una situación perjudicial para ambos equipos.
Por otro lado, la presión viene de los jugadores, tanto de los de pista como de los suplentes, en forma de protestas y observaciones. Estas pueden ser sancionadas con tarjeta, pero no deben olvidar los jugadores que el reglamento está muy bien pensado. Este es más permisivo con el deportista que está en el campo a ciento ochenta pulsaciones, ya que su protesta se convierte en amonestación, pero la de los jugadores del banquillo se sanciona con tarjeta azul o roja. En ambos casos, se perjudica al conjunto, pero el deportista ha de ser inteligente y mantenerse en el banco de sustitutos callado o animando a sus compañeros, pues podría no volver a jugar el resto del partido.
Este tipo de presión no favorece al equipo que la comete, ya que obliga al colegiado a estar pendiente de la disciplina, pudiendo descuidar la parte del juego que puede decantar el resultado.

Ya por último, la presión viene del público. Este es el único, que dentro de una conducta deportiva, está legitimado para presionar al árbitro y a los adversarios. Además, es necesario que un equipo tenga una afición que apoye y, si no lo hace, no está cumpliendo su función de ayudar al equipo. Un partido sin público, gritos y silbidos no motiva a los jugadores.
Después de leer estas líneas, parece que los árbitros somos insensibles a las presiones, pero eso no es así, existiendo además circunstancias que hace que seamos más susceptibles, tales como nuestra edad, experiencia en el arbitraje, en la categoría... El único antídoto para mantenernos fríos es ver el partido acción a acción, es decir, aislarlas sin pensar en las anteriores.
De esta manera, no nos podrá sacar del partido ni un error ni una protesta. Hemos de pensar siempre en el siguiente lance y no escuchar al público; sólo oírlo, oír el ruido para que nos sirva de motivación, pero siempre sin escuchar las palabras de los aficionados que nos pueden distraer. Así podremos llegar al final del partido con la conciencia tranquila por haber hecho lo que hemos considerado justo.
Respecto a los errores arbitrales, queremos decir a técnicos y jugadores que, cuando un árbitro sale contento con su actuación, no lo celebra y lo olvida en pocas horas, mientras que si su trabajo ha sido desacertado se marcha afectado para toda la semana, esperando que salga bien el próximo encuentro para olvidar su pesar.
Por todo ello somos los primeros interesados en arbitrar correctamente para estar satisfechos con nosotros mismos y, ante todo, resaltar que ningún error es intencionado, porque un árbitro 'gana' el partido cuando los componentes de ambos equipos le dan la mano tras el pitido final. Esta es nuestra única victoria."

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